“Colectora” – Un relato minimalista de Florencia Lavini

Son las ocho de la noche, quiero hacer pis y tengo sed. Improviso junto a mi amiga una parada en un bar visualmente atractivo que no se condice con la calidad de atención que ofrece a los visitantes. Se venden cervezas artesanales y nachos con cheddar. Nunca antes algo tan original. En fin. Luego de pedir mi Indian Pale, voy al baño. Un tipo con ojos desorbitados, cabello escaso y enredado en bodocos grasosos me mira con la lujuria que deduzco un asesino serial puede transmitir. No bajo mi mirada, lo enfrento sólo para confirmar si es un triste escabiado o no.

Al entrar al baño de horrible diseño (el de hombres está absurdamente pegado al de mujeres: cualquier malintencionado –sí, mujeres también- podría ingresar y hacer desastres), escucho la conversación de dos sujetos, al parecer amigos:

―¿Qué onda, gato? Dame un gancho.

―Cuidalo que hay poco… ―. Un ruido de plástico mancha el ruido blanco del bar.

―Che, me voy a tatuar mañana.

―¿Sí? ¿Qué te vas a hacer?

―Las tetas de Sofía ―. Ríen con sonidos extrañamente reverberados, como si sus gargantas fuesen ciencia ficción. Quizás los ganchos generan eso.

Yo salgo tras atender la llamada de la naturaleza, y el tipo de mirada perturbadora ya había recargado su ración etílica. Mientras paso a su lado, se apresura a mostrar empatía.

― ¡Ey! ¡Qué asquerosos! ¿Escuchaste la charla de esos dos? ―. Asiento, sabiendo que él sabe mi respuesta.

―Aunque yo también me haría un tatuaje. El de tu ojete y mi chota.

Con brutal rapidez, amaso un puño cerrado que termina en el tabique del tipo. Su mano arrastra el copón de cerveza, que cae con estrepito junto a su dueño. Pienso que se levantará, que me romperá el cuello y que nadie lo frenará. Pero se queda torcido contra la barra; su mirada lechosa ahora cuajada, vencida. Y lo confirmo. No está borracho. Es borracho. Un tímido hilo de glóbulos rojos se le escapa de la nariz.

Quizás mis ganchos generan eso.  

FL

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